El
efecto Mateo es una teoría formalmente postulada por Merton que se
inscribe dentro de la categoría de teorías de alcance intermedio. El
efecto Mateo ―así denominado por una cita en el evangelio de Mateo que
refleja la esencia de la teoría*― refiere a un proceso de ventaja
acumulativa, que hace al rico más rico y al pobre más pobre. Al
amplificar los procesos de acumulación de ventajas y desventajas, el
efecto Mateo magnifica las desigualdades, por ejemplo en el marco de la
reputación de los científicos y de la influencia de su trabajo. En el
seno del sistema de recompensas del campo científico, las inequidades
están parcialmente determinadas por las diferencias reales en la
magnitud de las contribuciones de los académicos —lo que hace que el
sistema parezca funcionar de manera justa y efectiva—, pero esas
diferencias dependen primordialmente de juicios que los científicos se
forman; estos juicios están configurados por su experiencia previa y por
las características de los sistemas de estratificación y comunicación
de la ciencia, ambos factores desvinculados del alcance y la calidad de
las contribuciones de sus colegas.
Una
demostración de lo anterior puede verse en los escritores famosos, que
reciben los grandes premios literarios y que son los que han sido
seleccionados y promocionados por los editores. Si miramos al mundo del
cine nos encontramos con una serie de actores que siempre figuran como
protagonistas frente a actores de reparto que rara vez llegarán a ser
considerados como estrellas.
Pero para la historiadora
de la ciencia Margaret Rossiter la cuestión no termina ahí. Las mujeres,
defiende Rossiter, son más vulnerables al efecto Mateo. Margaret
Rossiter bautizó esta variedad como ‘efecto Matilda’, en honor a Matilda
J. Gage, sufragista neoyorkina de finales del siglo XIX que identificó y
denunció la invisibilización de las mujeres y sus méritos en otros
contextos (incluso en la propia Biblia). Rossiter ofrece una larga lista
de ejemplos de científicas a las que el sistema de recompensas de la
ciencia trató injustamente por su sexo. Las contribuciones de Lise
Meitner al descubrimiento de la fisión nuclear o de Rosalind Franklin al
de la estructura de doble hélice del ADN, por ejemplo, no fueron
reconocidas en su momento, aunque sus colegas varones recibieron sendos
premios Nobel por ellas.
Estudios recientes también
alertan de que, incluso hoy, ser mujer resta inadvertidamente puntos del
currículo científico. Investigadores de la Universidad de Yale
mostraron en 2012 cómo los evaluadores (independientemente de su sexo)
puntuaban más alto y estaban dispuestos a ofrecer un salario mejor a un
potencial candidato a un puesto de laboratorio cuando creían que el
currículo que juzgaban era el de un hombre que cuando creían que era de
una mujer. En las mejores instituciones científicas del mundo, becas,
puestos de trabajo e incluso el espacio en los laboratorios se
distribuyen desigualmente entre personas con los mismos méritos y
diferente sexo.
Es tan perverso el efecto Matilda (y a
menudo tan invisible) que el propio Merton sucumbió al mismo, ya que su
publicación sobre el efecto Mateo está basada en las entrevistas y
materiales de Harriet Zuckerman. Años después, Merton se casaría con
Zuckerman… y también reconocería que aquel artículo debería haberlo
firmado en coautoría con ella.
Contrariamente
al mito igualitario y democrático, en la carrera social suelen ganar
los mejor situados en las posiciones de salida: formación, amistades,
posibilidades, contactos... los ganadores del gordo siempre son los que
tienen más papeletas.
* Porque a cualquiera que tiene, se le dará, y tendrá más; pero al que no tiene, aun lo que tiene le será quitado. Mateo 13:12